Es otoño, llueve y hace frío. El Camino de Santiago está prácticamente desierto; el viento sopla gélido en la copa de los árboles y arranca sus últimas hojas, que inundan los senderos. Marcos avanza enterrando sus pies en el barro, camina despacio, desesperado, confundido y triste; sufre inquietantes pesadillas que se mezclan con los mitos que pueblan el Camino y siente que está a punto de perder la cordura. Lo único que pretende es encontrar a su novia, Valle, con la que se iba a casar unos meses antes, justo después de que ella regresase de hacer el Camino francés. Pero Valle nunca regresó. Y entonces, en un rincón del Camino, aparece Alma.