Al agujero negro, en su hambre carcelaria, no hay luz que se le resista. Y cuando descubre Javier, de la boca de su madre moribunda, que fue adoptado en un hospicio y que nada supieron ellos de su familia biológica, comprende el joven que bajo sus pies acaba de abrirse ese agujero negro que ansía, en la hondura de su ser, consumirlo. «¿Quién soy entonces », se pregunta, pero no obtiene respuesta. En una España recién llegada a la democracia y sin disponer de la entereza emocional necesaria, Javier habrá de decidir si ocupa un rincón y no hace nada, o se aventura en una investigación que nadie concibe adónde habrá de llevarlo. Para ello cuenta con tan solo dos objetos: un rosario y un manuscrito. Pero no es un manuscrito cualquiera, es un diario. Y no es el diario de una persona corriente: es el diario de un criminal. A través de su lectura sin referencia alguna a lugares, nombres o fechas, nos adentraremos en la mente atormentada de un asesino cuyos crímenes inmundos, casi treinta años atrás, iniciaran aquel cataclismo que todavía perdura en una Almería paupérrima, sumida en la grisura inmediatamente posterior a la Guerra Civil. Fue allí donde un joven Santano, investigador del caso, se entregó en cuerpo y alma a la búsqueda desesperada de un fanático religioso que no dudó en masacrar a niños, jóvenes y ancianos sin, aparentemente, un fin. O puede que sí lo tuviera Porque tal vez solo cuando no quede ya nada, cuando todo haya caído, aflore quienes somos lo que somos nosotros en realidad. «En el nombre del hijo» es un retrato de la crueldad humana y el relato de una derrota. ¿Cuánto nos parecemos a esos fantasmas que nos torturan Puede que mucho más de lo que nos gustaría imaginar.