Tiene el poema algo del ejercicio teatral de ruptura de la cuarta pared, ese recurso que obliga al público a ser parte activa del espectáculo, a tomar partido, a crear sentido. Y a distinguir en cada momento cuándo es actor y cuando es personaje aquel que se dirige a ellos. En el mo-mento en que se rompe la cuarta pared, los límites del escenario se difuminan, queda en sus-penso el concepto de representación y comienza un diálogo distinto en el que el receptor también actúa. La realidad a la que había sustituido la ficción desaparece a su vez para dar paso a una nueva realidad creada. Todo poema rompe la cuarta pared. Y en esta función no es fácil distinguir actor y personaje. Y las paredes oyen.