En la obra dramática de Manuel Lourenzo (O Valadouro, 1943) nunca falta -desde sus facetas de autor y director de escena, e incluso de traductor- una voluntad totalizadora del mundo representado. El derecho y el revés, lo visible y lo más oculto, como hijos de una sangre común y contradictoria, aparecen en las tablas del escenario bailando una misma pieza, confundidos los ritmos y vagante la melodía, que es justamente lo que no se baila. Nosferatus, Edipos, Faustos, Mimis de la Cora, Larvas furiosas, Madelones o Aviones Paranoicos, llegan desde los almacenes de los infiernos directos a escena, sólo para que se cumpla la función más sencilla del teatro: descolocar.
Las buenas obras de teatro "se dejan leer" generalmente muy bien, y así ocurre con estas "Veladas" de Manuel Lourenzo que no en vano obtuvieron el año pasado el Premio Nacional de Literatura... dramática, naturalmente; lo que sitúa esta obra en un primer plano literario, cuando ya era notoria la presencia de todas sus actividades teatrales, sobre todo como director de escena, en el primer plano del teatro gallego contemporáneo; actividades iniciadas ya con mucha fuerza y decidida vocación en los tiempos de la dictadura y confrontadas entonces con los grandes obstáculos de la censura, cuando poner en pie un grupo de teatro era una verdadera hazaña, casi heroica.
"Veladas indecentes" son tres textos autónomos y ligados por su "indecencia", en el sentido de su no posible clasificación en el campo del teatro burgués usual: su lectura ya suena a insumisión a la "decencia" que proponen y los tópicos que mantienen tanto a los productores profesionales/comerciales como los programadores institucionales, que han heredado la presunta "filosofía" del viejo teatro comercial para el consumo. Originalmente escritas en lengua gallega, su traductor, Carlos Penela, nos ha procurado una versión excelente.
"La velada de Londres", la más breve y quizás la más fascinante, es un episodio imaginado por Lourenzo sobre la novela "Drácula" de Bram Stoker, y tanto ésta como las otras dos, "Cuando llega diciembre" y "La velada espectral de Mr. Peabody", nos ponen ante una especie de surrealismo crítico o de fantasmagoría realista, en la que es evidente la crítica concreta a los tiempos actuales y sus corrupciones y oscuridades. Así, la patria de estas veladas es tanto el inconsciente del poeta como, digamos, Santiago de Compostela. El paisaje será fantasmal pero también sobre él cae y se desliza una lluvia concreta y reconocible como cotidiana en la vida de todos los días sobre aquella geografía -Galicia- que es la patria, real o imaginaria, de estas acciones que constituyen "una escena espectral, maravillosa; un milagro del gélido noviembre", como dice Peabody en la última, mientras Mina acentúa en la primera ese carácter fantasmagórico-realista de estos personajes: "Me veo borrosa. Casi no me reconozco en este rostro indefinido. No soy yo. Tampoco soy otra persona". Estamos en la realidad del misterio o, de lo que es lo mismo, en el misterio que hay en el fondo de las opacas realidades de todos nuestros días.
(A.Sastre)