El XIX es un siglo de libertades, pero también de disciplinas en las que nacen las instituciones de encierro que se desligan del ámbito privado y que, lejos de pretender infundir temor y mera sumisión en sus acogidos -algo característico del Antiguo Régimen-, apuestan por la nueva racionalidad que busca producir hombres útiles y "encajables" en el nuevo orden burgués que surge con la revolución industrial.Los nuevos teóricos impondrán una violencia racional para sujetar las masas a su cargo y abogarán por la puesta a punto de la prisión moderna, por la educación y transformación del reo, por la introducción del sistema carcelario correccional y por la necesidad de llevar a la escuela el estudio del mundo penal.Hay una voluntad unívoca, hasta muy entrado el siglo, de coordinar las políticas sociales, laborales o educativas que logren la normalización de la población y la contención de grupos propensos a revueltas o revoluciones. Y en este cometido la escuela y la cárcel son vistas como ejes fundamentales y necesarios.El presente trabajo intenta demostrar cómo las relaciones entre el mundo escolar y el carcelario, a lo largo del siglo XIX, son más estrechas de lo que en principio y tras un análisis superficial pudiera pensarse; por qué los dos mundos se vigilan estrechamente, se respetan, se influyen y de alguna manera se complementan buscando la redención del interno mediante el estudio y el trabajo y compartiendo organización y métodos disciplinarios.