La Generación X quedó rubricada formalmente por el movimiento
grunge, que saltó a la palestra a principios de la década de los
años 90 con el éxito comercial de Nirvana, y se consagró como opción
irremediablemente fatalista con el suicidio de Kurt Cobain. Son,
pues, varias las preguntas por contestar. ¿Por qué el rock manifestaba
esos hitos desilusionantes si hace casi medio siglo se había manifestado
en su origen como un
movimiento fundamentalmente
vitalista? Y sobre todo, ¿por qué
había que suponer en ningún caso
una pretendida naturaleza de lo
joven que acarrease una contradicción
fundamental e inevitable
entre crítica y práctica, entre el
pensar y el actuar, entre lo moral
y lo político, entre lo privado y lo
público? Para intentar responder
a estas preguntas, este texto replantea
radicalmente la naturaleza
cultural del rock.