«Lo esencial es invisible a los ojos», se lee en El Principito. El cultivo del ser humano no se percibe a la vista, ni se encuentra en las enciclopedias. La amistad, la lectura de los grandes libros y el sentido del humor, la elegancia y el buen gusto, el arte de gobernar o de ser buen ciudadano, la formación de la inteligencia y del carácter son eso, bienes invisibles, pero esenciales para la construcción de uno mismo.
El autor ofrece un modo de despertar el hambre por ese afán de mejora, también entre lectores jóvenes, y dirigir la mirada hacia lo valioso y lo bello.