Si en algún escritor tenemos superpuestas vida y literaturaninguno como Jack London (1876-1916), quién a la edad de doce años ya navegaba por la bahía de San Francisco sobre un cascarón de nuez que le habñia costado dos dólares -conseguidos vaya usted a saber cómo-, se iniciaba en el pillaje y saqueo de los bancos de redes y se integraba a los dieciséis años junto con un viejo lobo de mar, en la Patrulla de la Pesca para perseguir hasta los que no hacía mucho tiempo eran sus compañeros.
En Los piratas de la bahía de San Francisco, tenemos la descripción de unos personajes singulares que entendían que en aquella bahía y en aquella época "todo era válido", que la audacia y el valor eran los que determinaban las jerarquías -así en un relato la población acude los domingos al embarcadero para jalear y aplaudir a Contos, un griego que cada domingo desafía y ridiculiza a la Patrulla de la Pesca-, que las mismas estratagemas, "el todo vale", la trampa, el engaño, usan los protagonistas, veladores del orden, para poder detener a los infractores de una ley que no castiga tanto el robo como una pesca indiscriminada y por lo tanto salvaje.