En la ladera norte de la escarpada Sierra de Gredos permanecen los pueblos, ya terminada la Guerra Civil, como lugares recónditos donde apenas llegan las ondas de la radio, y que parecen vibrar con un latido propio, ajenos al resto del mundo. Uno de ellos será el peculiar escenario donde vendrán al mundo primero Román y después su hijo Miguel. A través de las experiencias de este último, y de sus ojos siempre muy abiertos, iremos conociendo un poco más a los curiosos personajes que lo rodean. Así, se irá desplegando ante el lector todo el mundo de Miguel, que acaba siendo un completo catálogo de fauna salvaje, folclore castellano, labores agrícolas ya extintas y, sobre todo, de la forma en que las gentes que pueblan su entorno sienten y se enfrentan al devenir de los tiempos. Durante la infancia de Miguel, los peligros de la noche en la Sierra compiten con los riesgos de ser niño en los años cincuenta en un pueblo dominado por el cura, el maestro, los caciques locales y los efluvios de la dictadura. Entretanto, el mundo rural en España se transforma rápidamente siguiendo los intereses cambiantes del Gobierno y sus allegados. Tras el fin de la dictadura, los caciques locales, de la mano de organizaciones como Falange y el Opus Dei, buscarán reubicarse en las nuevas instituciones creadas, e inventarán métodos para seguir aprovechándose de una población que, aún atenazada por el miedo en los primeros años de democracia, sigue acatando su ley. Veremos entonces fraguarse algunas conspiraciones políticas que tendrán trascendencia en la vida pública del país. El relato de Miguel destapa las raíces de la corrupción en la España profunda, a la vez que nos habla de un mundo que ya no existe: una Castilla que vio en pocas décadas cómo su estilo tradicional de vida perdió su sitio y dejó de ser; de una naturaleza que pasó de exuberante y temible, a vulnerable y aparentemente domesticada; y de unas gentes sencillas, trabajadoras y no tan crédulas, que tuvieron que adaptarse al fin de un modo de vida.