En el año 70, el ejército romano comandado por Tito arrasó el templo de Jerusalén. La destrucción del templo significó uno de los momentos más dramáticos en la historia de Israel. Y es que el santuario era el lugar de culto por excelencia en Judea, además de ser su centro político y económico. Más importante aún, el santuario se erigía como un lugar altamente simbólico. El templo de Jerusalén era un lugar teológico que trascendía en mucho sus impresionantes características materiales.
A través de una rigurosa y clara argumentación, basada en el análisis de textos de diversas procedencias, el autor logra demostrar de qué modo el templo de Jerusalén, como lugar simbólico, sobrevivió durante siglos a la gran debacle.