Que Juan Pablo II sea un papa profundamente discutido no es ninguna novedad histórica: Karol Wojtyla ha despertado desde los rechazos más viscerales hasta la devoción de gentes sencillas y los gritos supersticiosos del "totus totus".
Pero, junto a esos gritos entusiastas, gran parte de las voces que en estos años han sido productoras de cultura han escrito sobre él en términos llamativamente duros. Que sus palabras fueran a veces demasiado crueles, no hace ahora al caso: es señal de la visceralidad que ha suscitado Wojtyla, tanto a favor como en contra.
Y es que Juan Pablo II sólo resulta relativamente comprensible si se le situa en su contexto, que no es el nuestro. Y ese contexto -además de los factores personales relacionados con su caracter y su mentalidad "resistente"; con su vivencia histórica del nazismo, del comunismo y de una iglesia polaca perseguida; y con su forma tan personal de concebir el papado- es, simplemente, el contexto de una Polonia demasiado lejana de nosotros. A caballo entre Oriente y Occidente, con una historia hecha de tenacidad y sufrimiento que a veces, se ha representado pintando la cruz en la bandera polaca.
Estos y otros factores no deberían ser olvidados a la hora de efectuar un acercamiento a Karol Wojtyla que intente, sobre todo, comprender. Una persona no es sólo sus genes, sino también su ambiente, su educación, los ejemplos recibidos y la libertad que trabaja en esos factores. Pero lo que en estas páginas se denomina "matriz wojtyliana" puede aportar algunas luces para la comprensión fraterna de Juan Pablo II.